sábado, 23 de mayo de 2015

Amor dictado.

Esa sensación de no saber a que se corresponde, si a un beso mal dado o a una despedida premeditada. Ese rencor interno de no saber hacia dónde ir, nacer con los días o morir con el sol.
La mala gana de no estar ni en tu sitio, ni más allá...
o más acá.
La pesadez del tiempo arrancando sentimientos.

Ver, en los escaparates, todo ese amor comercial, tan incondicional como falso. Y eso que, echamos de menos besar unos labios, de vez en cuando. O abrazar, de una manera tan íntima que nos den escalofríos. Somos como esas cadenas de montajes, donde todo queda medido y pesado, donde todo es igual que su antecesor o precedente. Somos productos reciclados de cadenas de montaje, mientras que, la vida, sigue moviendo y dando calor a nuestros engranajes, a veces incluso, es capaz de abrasarnos, oxidarnos, chamuscarnos, o helarnos por completo como a ella le plazca.
Somos aquello que nos dictan.

Ni soy, ni vengo.

Mi nombre no se oye, no resuena en los rincones de ningún lugar. Ninguna sinfonía está escrita inspirada en mi cuerpo o alma.
No aplauden manos ajenas mis logros o proezas, ni lloran mis errores.
No soy nada. Ni eco ni viento. Ni quiero ser sol, ni luna. No me guían las estrellas ni las nubes. no dejo un rastro de flores amarillas, ni de amapolas. Sueño como mente, pienso como hombre, como plaga. Un insecto, un parásito de mi misma.

No, no me llevan en alzas, no me llorarán excelentes personas. Pues ellos serán lo que yo quiera quesean, un reflejo de aquello que anhelo o busco en un acompañante. No soy el hombre que conduce el viento, ni las palabras que todos recordarán, no soy una mente grandiosa, pero ¿qué más queréis? Si yo solo soy la gran invención de mi persona, un roto sin tela que coser, un pasado con camino hacia el futuro. ¿Qué queréis, si soy lo que he querido, lo que nadie ha podido?
No tengo nombre ni apellidos, ni lugar de procedencia. Voy y vengo, como el mar, crezco y me hago diminuta, puedo albergar grandes tesoros o ser una gran traicionera.

No tengo bienes, ni verdades absolutas, solo ideas construidas, abstractos bocetos de pensamientos, como palacios de cristal en el aire.

Querernos con verdad.

Quiero agarrarme a tu pecho desnudo,
morderte las ganas de caricias, esas que dejas en mi piel,
sentir como arden tus piernas junto a las mías,
mientras nos encendemos de golpe,
en un sin fin de sinfonías y gemidos.

Sí, quiero ver el contorno de tu cuerpo
escondido entre las sábanas,
buscando mi ombligo desnudo.
Dejar que mis manos dancen solas
entre le mundo entero que es tu piel,
que se entretengan mis dedos con un lunar por aquí,
o una peca por allí.
Memorizar el recorrido de tu abdomen,
tu cintura, tu cadera...
nuestras ganas de besarnos.

Dejarme mirar por esos tus ojos, raudos y tiernos,
observar tu semblante serio y adormecido
mientras miras cada milímetro de mi piel,
cada lunar, cada estría, cada cicatriz,
cada marca, y me sonrías,
hambriento de mis labios.
Sutilmente, sin que te llegues a dar cuenta,
dibujar en tu espalda con mi índice un corazón.

Quiero, dejar de sentirme inferior,
que te pongas a mi altura, o yo a la tuya,
y clavar mis uñas en la piel de tu espalda,
casi sin querer, seguir el ritmo de la canción
que ambos cantamos.
Dejarnos llevar.
Dormir abrazados,
haciendo rabiar de celos a la luna,
o al amanecer.

Tú, quieres que se diga la verdad,
y entre suspiros me susurras un "te quiero"
profundo, y fatigado.
Sonríes,
ante la visión de mi cuerpo entre tus manos,
ante Mi elección de estar aquí junto a ti,
y por un momento, entre sudores,
te veo mirarme como si estuvieras enamorado.
Perpetuas un beso en mis labios.
Descubres la realidad, quitándote la máscara social,
y ahora sí, somos iguales.
Nos miramos tan tiernos
como nos dejan las piernas temblorosas,
el cuerpo despojado de complejos,
 y el alma henchida de amor cuerdo y con medidas.

Quiero quererte
entre mi espada y tu pared.
Tú, quieres quererme,
entre tu pared y mi espada.


Microrelato. Neones Negros.

Hijo, ¿tienes suficiente dinero?”

Se jugaba la vida cada noche, entre neones azulados, y litronas solitarias. Entre gente sin alas alcanzando el cielo con la punta de los dedos.
En parques apagados de vida y sin recuerdos. A oscuras. Encerrados de locura. Enterrando males y pesares en cuerpos ajenos a la maldad y los escombros de la vida interna de cada ser que jugaban con ellos.
Se jugaba la vida en cada aliento, esperando que ese fuera último, esperando verse atrapado en esa espiral de emociones de la que el resto presumía. Se jugaba la vida, día tras día, como un niño desatendido dando gritos, pidiendo ayuda.
“Mamá,  ¿tienes más amor para prestarme?”


miércoles, 14 de enero de 2015

Que canten.

La primera película que consiga hacerme reír, llorar, o sentir. Una historia basada en esos versos que el hombre nunca comprendió, un relato de dos almas destinadas a estar en la infinidad por siempre, juntas y que la vida, caprichosa como era, los había destinado a cada uno a un confín de la Tierra. Condenados a vagar solos el uno en busca del otro.

Cansados de caminar. Terminar con el juego de la vida, y en la inmensa soledad que debiera ser la muerte, hallarse. Envolverse en un abrazo, fundirse y hacerse uno, ascender al cielo y dibujar amaneceres de cálidas caricias.

La primera canción que me haga llorar, reír o sentir. Una sinfonía escrita a ritmo de corazón, una sonata que acelere el paso, que hinche los pulmones de verdad y sirva como protección contra todo lo que araña las capas. Que cante una dulce y profunda las notas escritas con esmero. Que haberse sobre ideales y bellezas, que narre un sueño o una realidad. Que hablen las notas por si solas, que vivan.

Arremetiendo contra sentimientos, encontrar los vacíos que el mundo ha hecho en el alma y llenarlos de color y pureza. Que sirvan de alimento para aquellos corazones irreparables y desenfrenados por querer amar y querer seguir luchando. Por querer intentarlo y lograrlo.
Por querer.

viernes, 9 de enero de 2015

Luna Llena.

Maldecía los minutos que pasaba sentado viendo como no llegaba el día en que la vería entrar por la puerta, la que se había cerrado de un portazo con la fuerza del  viento que levantaba su falda. 
Malvivía en los rincones de aquella habitación, el último rincón de toda su soledad que todavía conservaba su perfume. El olor tan familiar del recuerdo, de haberla amado, de haber querido protegerla, y de haberle fallado.
Recorría su mente el mismo itinerario del mapa de su cuerpo, cada lunar que solía besar, cada pedazo de su piel que se estremecía cuando la yema de sus dedos le dibujaban en el cuello un collar de caricias. Volvían a sentir sus manos su tacto, y apretaba con fuerza los puños, intentando atrapar esa cálida ternura que irradiaba todo su ser. 
Incluso cuando se marchó, dejó tras de sí un camino de lava, un rastro de su fuerza. 

Y la puerta se cerró. Y el viento se lo llevó todo de ella. 

Quiso, durante meses, olvidarse de su existencia e intentar borrar todo lo que guardaba en él de su supuesta felicidad eterna. Pero ella, inteligente, le había dejado en el corazón una huella imborrable de todo lo que perdería si ella no volvía, de todo lo que perdió. Se aseguró de que, cada noche, soñara con su regreso y maldijera cada minuto que pasaba en su rincón, pensando en lo que había perdido cuando ella se marchó. Hablándole a un amanecer mudo y lento sobre los secretos que guardaba de su estrella. 

Ella, por el contrario, subió a lo alto del cielo y se transformó en la luna, dispuesta a iluminar el camino de otras como ella. Jamás se arrepintió de su marcha huracanada, y de haber dejado en ese hombre, rodeado de aquella soledad que creía suya, todo su aroma, y su memoria. 

Así le devolvió al hombre su dolor. Con recuerdos y la certeza de que jamás la volvería a ver aparecer por aquella puerta. 

Amor de cobarde.

Inescrutables verdades y silencios se abrieron paso en aquella noche en la que, la locura perdía su significado y el corazón aflojaba sentimientos. Volvieron la vista atrás, a través del tiempo,para contemplar todas las mentiras que se habían ido contando, arañando la pasión que los unía, destrozando el amor que los ataba.
Como rehenes, sacaron una a una todas las lágrimas que no se habían secado, dejando marcas imborrables sobre la piel, allí donde antaño se habían alojado sentimientos.

¡Cuánto daño hicieron las miradas! Perforando el corazón, agujereando cada latido. Transportando el dolo a todo el cuerpo. Si cada célula se había llenado de ternura, ahora, vacías, vagaban desesperadas en busca de una nueva dirección. Dos cuerpos inertes, cansados de perecer el uno junto al otro.
Insatisfechos, hambrientos de propósitos, desalentados de esperanzas.
¡Que dolor provocaron las verdades! Descubriendo cada engaño, encontrando nuevas formas de desquiciar a la razón.

Que poca fe se tenían. tan malamente habían acabado, que tan buenamente como podían, habían aguantado. Demostrándose fortaleza, los dos cobardes, se habían matado.